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CUAUHNAHUAC

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Dos cadenas montañosas atraviesan la República, aproximadamente de norte a sur, formando entre sí valles y planicies. Ante uno de estos valles, dominado por dos volcanes, se extiende a dos mil metros sobre el nivel del mar, la ciudad de Quauhnáhuac. Queda situada bastante al sur del Trópico de Cáncer; para ser exactos, en el paralelo diecinueve […]

Los muros de la ciudad, construida en una colina, son altos; las calles y veredas, tortuosas y accidentadas; los caminos, sinuosos. Una carretera amplia y hermosa, de estilo norteamericano, entra por el norte y se pierde en estrechas callejuelas para convertirse, al salir, en un sendero de cabras. Quauhnáhuac tiene dieciocho iglesias y cincuenta y siete cantinas. También se enorgullece de su campo de golf, de multitud de espléndidos hoteles y de no menos de cuatrocientas albercas, públicas y particulares, colmadas por la lluvia que incesantemente se precipita de las montañas.

Malcom Lowry, Bajo el volcán, p.9

Una rueda de la fortuna se aloja en el centro de Quauhnáhuac, gira hacia atrás y se ilumina como símbolo del paso del tiempo y el cambio de las circunstancias. Regresa al presente la historia del ex cónsul británico Geoffrey Firmin, ebrio por destino y roto por desamor, en su último día de vida, el 2 de noviembre de 1938, Día de Muertos. Son las doce horas finales que, mediante una maquinaria narrativa compleja y precisa, inventa y relata la novela Bajo el volcán, del tormentoso escritor inglés Malcolm Lowry.

En el mapa de Quauhnáhuac, que es a su vez el de Cuernavaca, los sitios imaginados se posan sobre sus ubicaciones probables y cada punto nos conduce a un paisaje más allá de lo cotidiano.

Mientras la rueda sigue girando en un sentido u otro, acumulamos planos y visiones de una ciudad que se vuelve mito. Todo sucede al mismo tiempo: el viaje de Firmin y tu recorrido.

La novela Bajo el volcán (1947), de Malcolm Lowry, narra el peregrinaje existencial del ex cónsul británico Geoffrey Firmin, quien vive en la ciudad de Quauhnáhuac las últimas doce horas de su vida, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial y en un México que intentaba su reconstrucción tras la lucha revolucionaria. Con un estilo barroco, el argumento se desarrollará para mostrar la batalla interna de un hombre en el que se enfrentan las fuerzas del bien y el mal que existen dentro de sí mismo, según lo explicó el propio autor.

Lowry persiguió este objetivo escribiendo una obra que debía reunir los elementos necesarios, muchos de ellos codificados como símbolos, para tener diferentes niveles o dimensiones de lectura. Así, Bajo el volcán podría ser leída como la novela que relata el derrumbamiento de un borracho y la imposibilidad del amor tras la traición, pero también la crisis del hombre moderno y la aspiración a la redención espiritual de la humanidad, entre otras posibilidades. Fue de hecho el mismo Lowry quien en una carta al editor Jonathan Cape dio las pistas para la interpretación de la novela.

Dentro del conjunto de las lecturas que pueden hacerse de Bajo el volcán, en esta pieza quisimos explorar la dimensión del espacio en la narración, específicamente la construcción literaria de un territorio llamado Quauhnáhuac, inspirado primordialmente en la ciudad de Cuernavaca. Ello nos interesó porque Bajo el volcán es una novela que enfatiza la vitalidad del espacio o los espacios donde suceden los hechos de su trama, que necesita de ellos para que sus personajes pisen esa tierra, estén envueltos en su atmosfera y vivan ahí, y no en otro sitio, su circunstancia. El paisaje es personaje en Bajo el volcán. Nos propusimos hacer una interpretación de Bajo el volcán centrados en este aspecto, con el ojo puesto en este personaje.

A través de un lenguaje poético, la novela funda una ciudad hecha de símbolos, es decir, un espacio que en sí mismo guarda otra realidad más esencial, la cual se expresa en las fisonomías cotidianas pero en la que se vive bajo un orden distinto del que se percibe cotidianamente. Este orden es el del mito: el mundo fuera del tiempo, trascendente y misterioso, en el que el hombre entra en contacto con entidades que le proporcionan una explicación profunda a su devenir. Puntualmente, el escritor Francisco Rebolledo ha dicho que Bajo el volcán tiene dos polos que definen el eje de la trashumancia del Cónsul en Quauhnáhuac: el volcán Popocatépetl, que simboliza el paraíso, y la barranca de Amanalco, el infierno. Entre ambos puntos, hay otros lugares que son también símbolos, por ellos transita el Cónsul y los otros personajes, antes de llegar al extremo que se erigirá como su destino final.

Por lo tanto, Quauhnáhuac no es Cuernavaca, es acaso una sublimación: el paraíso infernal. Cuernavaca es objeto de una transformación literaria y algunos de sus lugares no sólo son descritos estéticamente en Bajo el volcán, sino fundamentalmente convertidos en símbolos, como ya decíamos, es decir, en indicios que significan algo más y conducen al lector a una geografía oculta. Es a través de estos símbolos que la novela revela un estrato pocas veces percibido de la ciudad: su dimensión mítica, su configuración como un espacio sagrado, gobernado por fuerzas sobrenaturales a las que se enfrenta el hombre con suerte impredecible.

Con esto en mente, son tres niveles de significación a los que apela la pieza que realizamos: espacio físico, con material gráfico; espacio literario, con fragmentos de la novela; y, dada la naturaleza misma de Bajo el volcán, que fue concebida para transmitir significados de este tipo, espacio simbólico, con las alusiones que surgen de lo visual y lo sonoro, y que podrían hacerlo visible. De este modo, no se trata de sustituir la lectura de la novela, sino de proponer una mirada que explora y registra los vínculos de la obra con la ciudad y los sitios en los que se inspiró.

Centro de Cultura Digital
Dirección General:
Grace Quintanilla

Subdirección:
Miguel Ángel Angeles

E-Literatura:
Mónica Nepote
Ana Cecilia Medina
Canek Zapata

Cuauhnahuac Proyecto:
Leonardo Aranda Brito
Carlos Francisco Gallardo Sánchez

Investigación:
Carlos Francisco Gallardo Sánchez

Programación y diseño de interfaz:
Leonardo Aranda Brito

Diseño gráfico:
Cristóbal Sánchez

Sonido:
Galo González